En prácticamente la totalidad de materias y jurisdicciones, jueces y secretarios hacen maravillas de ingeniería jurídica para desechar demandas bajo los más atrevidos argumentos.
Si la situación operativa de los tribunales locales y federales se encontraba “al límite” antes de la pandemia, lo que estamos viviendo en términos de “nueva normalidad” desafía todas las bases de predictibilidad y eficacia que un sistema de administración de justicia debe aspirar a satisfacer.
De la operación alternada en días laborales, que resultó difícil de modificar, hemos pasado a un rezago en el que convergen múltiples variables que se fueron cocinando a lo largo del tiempo. Por una parte, las formalidades abrumadoras de un sistema que mucho se preocupa por apegarse a quisquillosos requisitos procesales que nada tienen que ver con la verdadera materialización de la justicia. Por otro lado, los retrasos acumulados a lo largo de la pandemia, que se sumaron a los que históricamente los tribunales habían venido gestando, se han multiplicado con una demanda creciente resultado de la crisis económica que dispara los incumplimientos de toda clase de obligaciones.
El que no paga la renta, el que queda a deber a sus empleados, el que no cubre el mínimo de la tarjeta de crédito, o el que incumple con la pensión alimenticia son todos, muchas veces, caras de la misma moneda. Otras, hay que reconocerlo, son conductas permitidas al amparo de la ineficiencia de un sistema que acaba por impulsar y justificar a los demandados. En medio del caos los empleados de tribunales siguen reclamando, con todo derecho, prestaciones debidas por largos periodos.
Entre los ejemplos de las paradojas de los juicios en todas las materias basta revisar los casos en que notificar una demanda se convierte en un litigio en sí mismo. Cobijado por una serie de “taras sistémicas”, una persona puede crear múltiples domicilios para retrasar hasta lo extenuante a su contraparte que, muchas veces, desiste del vano intento de hacer justicia. Cuando un exhorto cuesta la mitad de la suerte principal reclamada, algo está fallando de origen. Qué, acaso, como muchos países lo hacen ¿no podemos establecer un sistema de buzón legal para notificaciones? ¿no podría el ejemplo del buzón fiscal ser exportado a otras materias? Litigar, casi, igual que en el siglo XIX. En muchas otras situaciones, en prácticamente la totalidad de materias y jurisdicciones, jueces y secretarios hacen maravillas de ingeniería jurídica para desechar demandas bajo los más atrevidos argumentos. Lo que sea vale: falta de personalidad, un sello mal puesto, una fecha equivocada, una copia faltante, y otras justificaciones tan sutiles como increíbles. El propósito es alcanzar un respiro en la pila de acumulación de asuntos pendientes y enviarlo al tribunal de apelación a que se enderece después de varios meses y costos adicionales para, simplemente, volver al paso uno.
El colapso del sistema no es privativo de un tema. Desde lo laboral hasta lo penal, y desde lo federal a lo local, el efecto corrosivo es brutal. La maquinaria rechina para despertar cada mañana. Lo que parece que ya no pensamos es que esta máquina diabólica de simulación de la justicia, con procedimientos interminables y farragosos, desparrama importantes recursos públicos en perseguir la incumplida promesa de la justicia pronta y expedita. En una denuncia de violencia familiar dieron cita a la afectada para el análisis psicológico para junio de 2026. ¿es un error, preguntó la agraviada? No señorita, esto trabaja por riguroso orden….
Dr. Mauricio Jalife Daher
Febrero 14, 2024