El tema tendría que pasar, simplemente, por la búsqueda de formas de retribuir económicamente a estos grupos por servirse de sus imágenes icónicas a manera de marcas.
El reconocimiento que los derechos de propiedad intelectual de los grupos indígenas están alcanzando, en todas las formas y en todos los territorios, empieza a manifestarse en asuntos concretos que marcan importantes criterios hacia el futuro. Uno de los más representativos, por la visibilidad que alcanza a nivel mundial, es la controversia sobre los nombres que diversos equipos profesionales de deportes en Estados Unidos han utilizado a lo largo de varias décadas.
Un primer asunto que captó la atención del público fue la reclamación dirigida contra los “Pieles Rojas” de Washington, que derivó en el retiro del nombre y los logotipos representativos de este grupo nativo. De esa primera gran discusión, muchos más han revalorado la inclusión de este tipo de referentes, siendo los “Indios” de Cleveland otros de los que han cedido a la presión. En este mismo escenario, los “Jefes” de Kansas City también revisan opciones.
En todos los casos, hay que reconocerlo, existen grandes valores puestos en estos activos intelectuales, incluyendo años de publicidad para alcanzar una alta distintividad y una gran lealtad de los fanáticos de cada equipo con sus marcas y mascotas tradicionales, por lo que cualquier cambio afecta notablemente el valor de las franquicias. En el proceso, múltiples contratos de licencia, que constituyen uno de los ingresos más importantes de los equipos, deben ser cancelados en forma anticipada.
El caso de los “Bravos” de Atlanta, recientes ganadores de la serie mundial, sin duda se cocina aparte. En este caso no solo se cuestiona el nombre, sino particularmente el movimiento del “tomahawk” y los cantos cheyenes que los aficionados practican como expresión solidaria a favor de su equipo. En opinión del Congreso Nacional de Indios Americanos estas representaciones son racistas y deshumanizantes y perjudican la percepción que la sociedad norteamericana tiene de los grupos nativos, por lo que deben erradicarse definitivamente.
Para otro amplio sector la discusión no solo es innecesaria, sino que ha llegado a la intolerancia. Adoptar nombres de comunidades indígenas o imágenes caricaturizadas que los representan no los discrimina, sino exactamente lo contrario, es una visión nostálgica e inocente para recordarlos e integrarlos a la sociedad. Para otros, el tema tendría que pasar, simplemente, por la búsqueda de formas de retribuir económicamente a estos grupos por servirse de sus imágenes icónicas a manera de marcas.
Cualquiera que sea la posición que se adopte, es de celebrar que el tema se revise y se defina la contención legal aplicable a usos que están siendo evaluados desde nuevas perspectivas. La discusión desborda los límites de las marcas y se inscribe en terrenos de mayor amplitud. La gran pregunta sigue siendo si el sistema de protección de derechos de propiedad intelectual es adecuado para todas las comunidades, en todos los países, con el mismo rasero; porque para algunos, la idea de la apropiación del arte y el conocimiento es, de origen, contrario a su sistema de creencias.