Las disputas entre la OMS y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual se hicieron sentir a través de mutuas acusaciones y reclamos.
Entre las muchas instituciones que la crisis de COVID puso a prueba en el mundo, debe sin duda incluirse al sistema internacional de patentes. Como pieza central del modelo de innovación, su rol como incentivador ha sido sentado en el banquillo de los acusados, bajo sospecha de ser el responsable de cerrar el acceso a vacunas en el mundo. A 30 meses de la declaración de pandemia que formuló la OMS, es ya factible realizar evaluaciones preliminares a la luz de datos y resultados.
En un primer momento, habrá que recordarlo, el principal desafío no era el acceso a vacunas, sino contar con ellas, o con curas seguras y asequibles. En forma inmediata más de doscientos laboratorios anunciaron el inicio de investigaciones en la búsqueda de vacunas, en una carrera que para millones de personas representaba la única alternativa real en contra del letal avance del virus.
Un año después, los primeros avisos de la existencia de vacunas eficaces se hacían por laboratorios tan acreditados como Pfizer BionTech, Astra Zeneca y Moderna, y otros que adquirieron visibilidad a partir de ser repetidos hasta la saciedad en los medios de comunicación. Al final de la carrera, solo 8 o 9 de las investigaciones iniciadas llegaron a buen puerto, el resto de los esfuerzos, luego de muchos millones de dólares apostados a la búsqueda, quedaron marginados en algún punto del proceso. En ese momento inició alrededor del mundo la frenética lucha por contar con suministros, que representó una suerte de competencia internacional basada en la capacidad económica y de gestión de cada gobierno.
A la par, las disputas entre la OMS y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual se hicieron sentir a través de mutuas acusaciones y reclamos que trascendieron la cordial política que solían mantener estos organismos. Una polémica, por cierto, que recordó los aspectos más álgidos de la controversia sostenida en los primeros años de este siglo por el tema de las patentes de retrovirales, que dio paso a la histórica declaración de Doha. Como parte de las soluciones, el mecanismo COVAX fue puesto en marcha para garantizar mejores términos de equidad en la distribución de vacunas. Además, no se debe olvidar que casi el total de leyes de patentes prevén licencias obligatorias a terceros en situaciones de emergencia sanitaria.
Aun así, las acusaciones contra el sistema se intensificaron demandando la apertura de las patentes para facilitar la manufactura de vacunas genéricas, en una pretendida estrategia para hacer llegar los insumos a cualquier persona que lo requiera. Lo que poco se ha considerado en el análisis de la problemática son las barreras de acceso para estos objetivos. Una de éstas, marcada por la sofisticada red de distribución que requiere un manejo tecnificado, y por otro lado, por el tipo de infraestructura para la manufactura de vacunas, del que muchos de los sistemas sanitarios en el mundo carecen.
La pregunta que de manera inevitable se debe formular a estas alturas tendría que dirigirse a escudriñar, en un escenario sin la abundancia y eficacia de las vacunas que fueron puestas a disposición de la población mundial en tiempo récord, en dónde estaríamos frente a la pandemia. Preguntar si las ganancias obtenidas legítimamente por los laboratorios son significativas frente a los beneficios que las vacunas han procurado, tanto en prevención de muertes como en reactivación de la economía.
Dr. Mauricio Jalife Daher