Es posible que desde las patentes de sildenafil (Viagra®) y de tadalafil (Cialis®), hace 25 años, no se tenía en perspectiva una batalla por obtener y defender las patentes resultantes con tal intensidad como ahora se vislumbra para las vacunas de Covid-19. Un interés construido por un mercado en el que todos los habitantes del planeta somos consumidores potenciales del fármaco.
Las tendencias alrededor de los avances que conducen a la invención y fabricación de las vacunas se alinean en dos grandes grupos: los que desean compartir conocimiento y recursos para construir una plataforma de colaboración que permita acceso universal al fármaco, y aquellos que mantienen la misma postura que respecto de cualquier otro medicamento, esto es, patentar la solución y beneficiarse económicamente con su comercialización. A pesar de la ‘crudeza’ que parece acompañar a esta posición, esencialmente observada por los grandes laboratorios farmacéuticos, debemos reconocer que es el mismo postulado que históricamente ha sostenido el sistema de patentes. Sin la motivación de la recompensa económica que permite el monopolio sobre la invención, el interés por innovar perdería impulso.
No hay que equivocarse. El propio sistema incluye los mecanismos necesarios para que, en situaciones de emergencia sanitaria, el monopolio se rompa y se puedan otorgar licencias a empresas interesadas en la manufactura, reconociendo un pago de regalías al innovador. Cuando el mecanismo se queda corto, entonces los gobiernos adoptan posiciones más enérgicas por vía de la cancelación o la expropiación de los derechos. Este es, al final, el puente que comunica a los dos sistemas.
El primer grupo, liderado por la Organización Mundial de la Salud, está propugnando por un intercambio amplio y permanente de la comunidad científica y los fabricantes, incluyendo la formación de una plataforma de patentes (pool de patentes) aportadas por todos los integrantes, a las que cada participante puede libremente acceder. Otras de las medidas adoptadas para estimular el avance de las investigaciones han consistido en reducir costos para patentes y permisos, de modo que no constituyan una barrera para empresas pequeñas.
Mientras tanto, muchos de los gobiernos se están adelantando en diversos escenarios, pactando precios máximos con los posibles fabricantes, así como reglas de manufactura bajo licencia, en caso de que la capacidad del innovador no sea suficiente para abastecer la demanda.
La situación al límite que plantea la pandemia está acelerando estas dos tendencias que se perfilaban desde hace ya algunos años, la cual confronta el novedoso sistema colaborativo con las viejas prácticas de la competencia basada en derechos monopólicos. Podríamos estar asistiendo, sin duda, a un cambio de modelo que puede modificar una de las bases históricas del sistema capitalista.
La tensión que se está creando no es exclusiva de la confrontación entre derecho a la salud y derecho del innovador, dado que el sistema acusa polémicas similares en otras áreas como el de la libre expresión y la necesaria defensa de los derechos de autor. Sin embargo, esta es, en este momento, la más visible, la más actual y la más universal de todas.